4 de octubre de 2011

José Font de Anta (II): "De la educación del gusto musical"

Aunque ya hemos hablado de este autor con anterioridad, no quería dejar pasar la oportunidad de ofreceros este interesantísimo texto,alejándome quizás del estilo de este blog, para pararnos a leer y meditar sobre este artículo de opinión del mismo José Font de Anta, publicado por una revista musical de Madrid en 1917. Sin duda resulta sorprendente que, casi un siglo después, es perfectamente aplicable casi en su totalidad a lo que sucede hoy día en la música en general y en la música procesional en particular. Agradecer enormemente a www.patrimoniomusical.com el trabajo que hacen por la música, y sobretodo por este buen artículo que está a disposición de quien quiera, junto con otros muchos mas, en su completa página web. Sin más, aquí va el artículo de D. José Font de Anta:



En el arte, como en la Naturaleza, todas las transformaciones se encadenan las unas a las otras, sin que sea posible precisar el momento exacto en que una forma nueva ha reemplazado otra forma antigua. Modificándose el hombre en sus usos, sus costumbres y, aunque en más largos periodos, en su organización física, es natural que no reciba impresión alguna contemplando siempre los mismos objetos y que no se distraiga con los mismos espectáculos.

Cada manera de sentir nueva, implica una nueva forma también; por eso el Arte varía en todas las épocas. Plutarco ha dicho: “En arte toda época, por bella que sea, tiene su época”; es decir, que cada época tiene su música particular, como la tiene su teatro, su literatura, su pintura, etc.
La música dramática, por estar sujeta a los caprichos del gusto del público, varía mucho más que la música instrumental; a veces no es más que un modesto accesorio, sobre todo en el teatro español.
Actualmente sería imposible poner en escena, con esperanza de éxito, una ópera entera de Lully o de Rameau. Estas dos obras no pueden aspirar a excitar más que un sentimiento de curiosidad histórica: tan solo algunos aficionados pretenderían admirarlas sinceramente pero de seguro no tendrían el valor suficiente para escucharlas hasta el fin, y sin embargo, nosotros oímos todavía con interés la música instrumental de estos mismos maestros.
Las producciones del arte puro están, como vemos, menos expuestas a las variaciones del gusto, y por el contrario, las que por razones arbitrarias se unen a otro arte corren el riesgo de pasar de moda.

La frecuente asistencia a conciertos di camera y sinfónicos es el medio más eficaz para educar el gusto musical.
Es falso que el arte de real orden se impone inmediatamente; la Historia contradice a cada paso esta aseveración.
Cualquier manifestación de arte necesita para ser apreciada en lo que verdaderamente vale, una preparación por parte de quien lo contempla o escucha. El cuadro más simple de cualquiera de los primitivos en pintura o la más ingenua melodía gregoriana, será letra muerta para quien no haya visto nada en materia de cuadros ni nada oído de música.
D. José Font de Anta
Ahora, si esto es cierto en lo referente a las más sencillas formas del arte ¿qué decir cuando se trata de las de los últimos tiempos? Las producciones musicales de la escuela contemporánea, por ejemplo, no pueden ser comprendidas las más de las veces ni por los músicos entendidos, en una primera audición. Por eso el crítico que se atreve a juzgar una obra nueva sin hacer de ella un previo estudio, muestra una cantidad de snobismo enorme y se expone a no decir más que una serie de nimiedades sin ningún interés.

Quienes trabajamos con celo y patriotismo por el adelanto del arte en nuestra patria, tenemos un gran enemigo; aquel que con razones engañosas proclama el arte vulgar porque está más al alcance de todos.
Si se trata solamente de agradar al ignorante, nuestra labor es cosa perdida; pero se trata de conseguir algo mucho más noble: la educación artística y el desarrollo del gusto del público, y este desarrollo se consigue oyendo buena música. Es, pues, con una frecuente asistencia a conciertos como más rápidamente puede educarse el gusto musical.

Es sorprendente lo rápido del progreso en una persona que oiga buena música con frecuencia. Al principio se opera una confusión muy desagradable en quienes escuchan sin la debida preparación obras modernas. Un oído inculto no acierta siquiera a descubrir las ideas de la obra por muy sencilla que ésta sea; la línea melódica se le pierde en el tejido de los contrapuntos y aún en de la misma armonía; los desarrollos se le presentan como nuevas ideas; la misma trama orquestal si se trata de una pieza sinfónica, lo desconcierta, a causa de la diversidad de los timbres; la obra se le aparece como un caos. Pero si la persona que posee un oído inculto, con buena voluntad repite las audiciones de aquella misma música que lo desconcertó empezará poco a poco a notar cómo la incógnita se le descubre, como sin comprender el porqué del fenómeno, lo que antes le pareció confuso e impenetrable, ahora comienza a deleitarle.

Porque es un don de la buena música el que cuanto más se oiga, más se aprecie y más conmueva. Por el contrario, la mala, si gustó en un principio, cansa pronto aún a los oídos menos educados.

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